La última aventura parlamentaria nos ha
revelado el camino para proponer mejoras sustantivas en la democracia representativa
española. Mejoras que aportarán sin duda flexibilidad, agilidad y, sobre todo, dignidad
a tan elevadas funciones. Por fortuna, la disciplina de voto en todos los
partidos permite que sus señorías sean por lo general reductibles a un dedo. Más
concretamente, a la yema de un dedo-aprieta-botones. Diputado o senador, es
realmente una sinécdoque de “yema del dedo”. Usamos el todo para referirnos a
la parte que es realmente funcional y orgánica. Ustedes pensaran que no hay tal.
Hay diputados que usan la cabeza. Les invito a probar a pulsar un botón con la
cabeza para que comprueben su dificultad. La evidencia histórica, además, así
lo avala. Ningún grupo logró parar leyes, o impulsarlas, a golpe de testa. Ni
siquiera el PNV.
Y aquí las propuestas de mejora para
dignificar la democracia parlamentaria española. Dado que tan alta dignidad se
expresa constitucionalmente con el mismo dedo perfora-narices, parece adecuado
que sus señorías empleen guantes de un dedo para pulsar. Su limpieza es
evidente y, de hecho, una de las ventajas adicionales es que puestos a firmar
contratos y comisiones, no dejan huella dactilar. Otra obvia es su empleo
reciclable como condón. Nadie sensato se calza un guante a falta de
preservativo. Pero es evidente que para un miembro parlamentario un condón le
viene como guante al dedo.
Otra posibilidad para estudiar es el
teletrabajo. Presionar un botón, fácilmente lo pueden hacer desde
casa. ¿Y los debates? No me ría usted en la cara. ¿Debates? Es palmario que lo
habitual es la palabra a cámara vacía y cafetería llena. La mayoría de los
diputados y diputadas están a sus cosas, y corren como liebres para darle al botón.
Pero venga ya. Si hasta el parking se paga ya con el móvil. Un mensaje al móvil:
vamos a proceder a la votación de la proposición de ley para eso que negociaban
el otro día en el restaurante “Cómo como”. Si usted es representante del
Partido Popular, pulse 1. Si usted es del PSOE, pulse 2, y así sucesivamente
hasta llegar al grupo mixto, que pedirán hablar con una operadora.
Mejor aún. Podemos ahorrarnos la nómina de los
diputados y diputadas. ¿Alguien ha visto un diputado o diputada de carne y
hueso preguntarle qué quiere para España? Su existencia, salvo en los restaurantes
y saraos institucionales, es virtual. Pues una propuesta para modernizar la
democracia española es la de “diputados virtuales personalizables”. Los
partidos pueden formar listas bisagra con una serie de candidatos-virtuales, a
los que, como se hace en los videojuegos colocan barba, color de pelo, sombrero,
pañuelo y en general todos los rasgos fisonómicos que les permitan llegar mejor
al votante. Carteles con el “Photoshop” al 100%, y no como ahora, que es un
quiero y no puedo. Los currículos son también customizables. Total, para lo que
les luce, da igual que sea abogada, ingeniero, notaria o peón caminero. Pero estarán
mintiendo, dirá usted. Pues va que no. ¿Olvidó que eran virtuales? ¿Qué no
existen? Si mañana todos los diputados y diputadas se intercambian el cv ¿Usted
pueblo llano (antes clase a media altura) lo notaría en su acción política?
Vale. ¿Y quién pulsa el botón? Dirá usted. He
aquí la solución: centralita. Dado que orgánicamente todos saben por disciplina
de voto lo que van a votar, llegado el pleno la presidenta de la cámara, desde
su casa gallega, llama a las sedes de los partidos y les pregunta, ¿Cuántos con
los que saques? En la centralita del partido tendrán anotado en la servilleta del
almuerzo la posición parlamentaria y dirán algo así como “Aquí tengo apuntado tantos
en contra… no, perdone, son cuantos y a favor. Era la servilleta del bocadillo
pasado. Qué cosa más tonta. Y bueno ¿Qué tiempo tienen por Galicia? ¿Soleado?
El cambio climático es lo que tiene… No, no me meto con el primo de Rajoy. Vale,
le pasaré la queja al órgano competente. ¿Qué aquí no somos competentes? Oiga
señora… Joder. Pues no ha colgado la muy”. Suma, sigue y al final, un mazo de
ahorro en nóminas, viajes, gastos protocolarios. Y sobre todo disgustos.