El movimiento 15M ha evolucionado según lo previsto hace un año. Pocas cosas hay tan bien conocidas como la necesidad de organización para que un movimiento social se consolide. Y la formalización es algo que exige sacrificios ineludibles como la representación, la delegación o la jerarquización funcional. Todo ello incompatible con el espíritu del 15M y su composición social. Esto le condena a ser un movimiento con una enorme potencia social, alimentado por un malestar creciente, pero sin ningún agarre político que le permita dirección alguna.
Ya el hecho de convocar un aniversario de las concentraciones
contradice la esencia del fenómeno 15M: la sorpresa y la espontaneidad. Los
individuos sienten un escalofrió de emoción cuando, inesperadamente, se
encuentran compartiendo la fuerza sobrecogedora que emana de una sociedad en
movimiento. Los sociólogos del siglo XIX llegaron a asociar el surgimiento de lo
sagrado al reconocimiento de esa fuerza colectiva. Para ilustrarlo. La definición
identitaria de Ortega y Gasset “Yo soy yo y mis circunstancias”, adquiere una
resonancia especial cuando las circunstancias son tan comunes a todos, que los
individuos se reconocen en los demás. La profundidad de la crisis genera un
mínimo común múltiplo de frustración. Y así estalló la emoción colectiva que surge
de una sociedad que se reconoce a sí misma. Ese fue uno de los elementos
constitutivos de la magia del 15M en 2011. Para los que estaban dentro
físicamente y para los que vivían el fenómeno vicariamente a través de los
medios de comunicación.
Un año más
tarde ya no es igual. Se ha repetido el rito, pero no apareció la magia. Hubo
una respuesta masiva la noche del sábado. Y en Madrid rebeldías testimoniales a
la prohibición de manifestarse en Sol después de las 10 de la noche. Lo
sucedido en el trascurso de las 24 horas del sábado es una metáfora del 15M a
lo largo del año. Masivo en su rebeldía testimonial de día, minoritario en la
oposición “real” de madrugada. Solamente un grupo de jóvenes muy concienciados
tuvieron que ser desalojados. Probablemente los mismos que durante el año, y en
la calle, resistieron contra esos otros desalojos que son los desahucios.
¿Por qué hay
un 15M de “día” y otro 15M de “noche”?. Una de las razones se encuentra en la naturaleza
dual del movimiento: los pertenecientes a “el sistema es antinosotros” y los
“antisistema”. La mayoría son claramente del sector “el sistema es antinosotros”. Aunque hablen de cambio, la
movilización de este sector es claramente un efecto. Sus consignas, un libro de
quejas. De no ser por la profundidad de la crisis económica y sus consecuencias
no estarían en la calle. Clases medias en descenso, obreros en riesgo de
exclusión social, jóvenes desfuturizados desde hace años, trabajadores
sobrecualificados; son capas sociales que tradicionalmente han dado y aportan
estabilidad a las sociedades. Ahora se encuentran en equilibrio inestable y
profundamente desorientados ideológicamente. Ni derecha ni izquierda les
ofrecen un asidero para conservar o alcanzar una identidad social.
Emocionalmente la indignación (en una escala semántica),
contiene grados. Expresa enfado, irritación y cólera. Los “el sistema es
antinosotros”están indignados en el nivel de “enfado” a medio paso de la “irritación”.
Por eso no son violentos. Son civilizados y debaten reflexivamente; sobre todo
porque su indignación se encuentra aún lejos de la cólera. Son gentes sensatas
que se asombran con las insensateces de algunos políticos, banqueros y demás.
No están por los extremismos. Por el contrario, se encuentran aún apabullados
por el radicalismo institucional.
Entre los indignados también
se encuentran los “antisistema”. Estos aspiran a ser causa agente del cambio
social. En la práctica cuestionan los principios del sistema que produce la
crisis y actúan militantemente en la esperanza de una sociedad mejor. En la
escala Bertolt Brecht de movilización, los pertenecientes a “el sistema es
antinosotros” son buenos. Luchan por un día. Un ejemplo son los jóvenes
cualificados que protestan mientras hacen las maletas para marcharse al
extranjero, a solucionar su problema. Para luchar un año, muchos años o toda la
vida es preciso un grado de compromiso ideológico que no está presente en ellos.
Los “antisistema” son los que han sido imprescindibles para continuar todo el
año dando continuidad al 15M con acciones sectoriales y locales.
Ideológicamente esta
dualidad tiene difícil convergencia. Teóricamente, el libro de quejas y
reclamaciones de los primeros podría encontrar respuesta en las propuestas
refundadoras del sistema económico y político de los “antisistema”. Pero la
aspiración profunda de las clases medias es la regeneración y no la revolución.
Solo desean volver a ser económica y socialmente como antes.
Finalmente, las autoridades también han actuado
según lo previsible. El 15M ha sido una acción de protesta democrática, pero
también una reacción de los criticados. La respuesta autoritaria para silenciar
la disconformidad y la protesta social no se ha limitado a las fuerzas de orden
público. Ha producido modificaciones normativas “ad hoc”. Una violencia
institucional que partía de falsas premisas, como trasparentan sus manifestaciones
de sorpresa por la sensatez de los ciudadanos. Y el 15M así continuará, salvo
que la indignación llegue a cólera y las clases medias decidan ser
imprescindibles en la construcción de su propio futuro.
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