Ahora que tengo su atención
subliminal, gracias a las trampas del lenguaje, permítanme que haga algunas
preguntas. Empezando dónde Víctor Jara lo dejó. Las preguntas son lo
importante. Mucho menos las respuestas. Hay, incluso, preguntas que no
necesitan respuesta. Pongamos, por ejemplo ¿Pero tú qué te crees? O ¿De qué
vas? Su existencia y lo que cuestiona vale más que cien mil respuestas. Más allá
de lo cotidiano, esto lo sabe cualquiera con vocación científica. Es la
formulación de la pregunta lo que te permite encontrar soluciones. Llegando
incluso a descubrir nuevos mundos. Las preguntas son las llaves. Más aún en
política. Las preguntas son llaves para abrir o para cerrar la inteligencia.
¿Qué pesa más, las 400 preguntas del juez Castro o las respuestas sin
contestación de la imputada, la Agencia Tributaria o el fiscal? “Eso me
pregunto yo”. Dice el fiscal, después de formular una respuesta en forma de
pregunta. De esas preguntas que te puedes “ahorrach”. Y cierra el caso, así de
esa manera, con multa y mal trago. Vamos, como Santiago cerró España.
Les he preguntado a mis
estudiantes ¿qué pesa más “una tonelada de paja o una tonelada de plomo”?. Algunos
se fijan en la cantidad y dicen, la pregunta está mal formulada y ofrece
respuestas limitadas. Pesan igual, una tonelada. Otros se fijan en la cualidad
y aún, como niños de 8 años, responden: el plomo. Después he preguntado ¿qué
pesa más “una tonelada de ciudadanos o una tonelada de infantas de España”?.
Aquí la unanimidad fue total: pesa más una tonelada de infantas. Donde va a
parar. Se fijaron en la cualidad, que se mide con otros pesos. Serán buenos
sociólogos: la ciencia es tanto el número como el numerito. Cantidad y calidad,
lo dijo Max Weber, las dos medidas de la sociedad.
Gallardón, ministro que defiende
“su justicia” (“ha dicho su verdad” decía hábil Roca tras la declaración de la
ínclita), convierte el choque de un espermatozoide con un óvulo en principio
fundamental de su movimiento de liberación contra las mujeres no madres. Un
ministro que pone tasas, aranceles y portazgos a la justicia, y dice que nadie
debe forzar a un diputado a votar contra su libre conciencia (escraches), para
después meter todas las conciencias de los diputados del PP en el puño de
hierro del partido, y jugar al vota que apoyas, que después yo ya si luego
vemos como lo cambiaremos. La justicia interpretada desde el juego político, la
justicia limitada por los poderes económicos, la justicia recortada al
territorio nacional… En España, querido James Joyce, la Justicia es un
principio fundamental que se diluye hasta hacerse casi impalpable por
prescripciones, amnistías o invalidación de pruebas. Ya sobre eso, todo lo
demás.
Por último, las preguntas del
poder. Las que hacen que lo mires al revés. Una periodista de un periódico me
pregunta por el “desafecto de la política” y la “desconfianza hacia los
políticos” de los ciudadanos españoles. Parece que eso lo explica todo. Pone el
foco y el centro en unos ciudadanos desafectos y desconfiados. Por las razones
que sea, pero la sociedad, como que no está a la altura. Mala gente. Seguro que
me gané su amistad cuando le dije que preguntaba desde y para el discurso del
poder. Que las preguntas interesantes son las contrarias. Lo que tenemos que
explicar, y los que deben responder, son los políticos españoles. El desafecto
principal (como detonante de la crisis social) ha sido de los políticos y las
instituciones respecto a los ciudadanos e incluso hacia lo que ellos mismos
representan. No al revés. En algún momento los políticos reemplazaron la
política (servicio al bien común y los ciudadanos) por el politiqueo. Un mundo
cerrado, de partidos autorreferentes, dónde el objetivo es sobrevivir dentro y
ganar fuera. La lógica imperante es la lógica de las organizaciones formales
(Robert Michels). El día 12 de febrero, con el voto secreto lo dijeron a voces.
Las reglas que se han dado para funcionar, y sus objetivos, producen una dinámica
propia viciada que los aleja de sus objetivos. Genera discursos vacios, busca
votantes fanáticos y aliados estratégicos en la economía y en los otros poderes
del Estado. Primer error, el desafecto es de los políticos respecto a la
política. No es desafecto ciudadano. Al desafecto de los políticos le sigue,
como consecuencia, la alienación de los ciudadanos. "Le llaman democracia
y no lo es" no es una frase de ciudadanos desafectos. El afecto a la
democracia es evidente. La alienación (“no nos representan”, “mi voz no
cuenta”, “van a lo suyo”...) es la respuesta ciudadana (alienación) al
desafecto de los políticos respecto a lo que deberían ser y hacer.
Otro ejemplo, "la
desconfianza de los ciudadanos” respecto a los políticos. Va a ser que tampoco.
Es, lamentablemente, al revés. Las instituciones y los políticos siempre han
desconfiado de los españoles: sistema electoral que "corrige" el
posible pluripartidismo, cortapisas a la participación ciudadana (incluidas
iniciativas legislativas, normativa contra las protestas que esquiva al poder
judicial…) y tantos otros procedimientos y mecanismos para proteger la
democracia (“su democracia”, resultado del funcionamiento de sus organizaciones
políticas). Ya desde la transición, los políticos percibían a los ciudadanos
como amenazas a la estabilidad institucional. El discurso “lustrado”, los
españoles no tenían cultura democrática, su cultura política era débil e
incluso autoritaria. Los ciudadanos reclamaban justicia frente al franquismo,
pero el modelo de transición española, de traga y sigue (que la sociedad se
trague el pasado para que tengamos futuro) se impuso contra los ciudadanos.
Desde entonces los políticos españoles desconfían de ellos. Y es esa
desconfianza de los políticos hacia los ciudadanos la que hace que piensen (lo
llevan en su ADN político) que la democracia deba ser protegida contra los
españoles (a veces incluso detrás de muchas vallas o por la policía).
Las palabras, ¡Ay! las palabras.
Enviamos a Europa una candidatura poderosa, los mejores… La importancia se
demuestra en que se envía al número dos, para que vaya de uno… Palabras,
palabras, palabras. Hacienda, por ser quien soy, me mira con lupa… que bien
traído. Palabras, palabras, palabras… ese engrudo pegajoso, que decía Julio
Cortázar. Útil para recomponer la realidad. Para darle forma e identidad. Para
enjaular el pensamiento. Ahí Cortázar y Wittgenstein estaban de acuerdo. ¿Qué
cosas, no?
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