miércoles, 10 de diciembre de 2014

NI MÁS NI MENOS



Hay quien piensa que la normalidad es un punto de vista. Nada más lejos de la realidad. La normalidad es una actitud que se llama resignación. Y en esa estamos los europeos del Sur, con una excelente actitud. La semana pasada, en el Congreso de la Asociación Portuguesa de Sociología, se celebraban los cuarenta años del 25 de abril. Reconozcamos que fue un momento Warhol el de usar los fusiles como floreros. Como fueron por delante, y en eso de las revoluciones siempre vamos con retardo, entre charla sobre deterioro social y alienación, pregunté qué sonaba en el horizonte. ¿Volvería Grandola Vila Morena al Hit Parade o no se la esperaba en el Top Ten? Por lo que me llegaron a contar, clavelitos está mejor colocada y para floreros ya hay opciones. Lo mismito que en España, les observe. Entre tunos y tunantes sonando, estamos de lo más normal.

Era algo que estaba en el guión, pero en el siguiente capítulo. Reconozco que lo sabía pero no lo esperaba. No lo pensamos. Martin Niemöller lo dijo a lo Brecht. La dualización, tan mencionada, tan documentada, cada vez más evidente y real, escondía una verdad terrible. El dejar caer, el justificar, el no importar. El tomar partido por la supervivencia de clase. La normalidad que todo lo ocupa hasta desalojarte, como en La Casa Tomada, de Julio Cortazar. Un rector amenaza a los estudiantes que bloquearon los accesos en una huelga. Un día. No hubo contenedores quemados, ni persecuciones, ni heridos, ni calles cortadas... Nada. Solamente protestar por la subida de tasas, el recorte de las becas, el deterioro real y abrumador de la educación pública, la expulsión social de tantos jóvenes sin futuro y ya sin presente. Amenaza en la prensa con sanciones económicas por alterar la normalidad académica e impedir que aquellos que querían estudiar no pudiesen hacerlo. Ya avisan de cambios normativos para que los que protestan sepan a qué atenerse... En una universidad, pública, maltratada y ninguneada por el poder de derechas como pocas otras. La normalidad será, aunque sea para los últimos que queden ensimismados.

Exactamente el mismo reflejo en el espejo oscuro de la política sancionadora de la derecha más claustrofóbica. En ese momento, ya lo vi venir todo por la calle del futuro: los desahuciados se endeudaron ellos solitos, los estudiantes malos, con malas calificaciones, no deben estar en la universidad. Seguro que son vagos y mala gente, de los que miran mal y visten peor. Los salarios basura es lo que hay. Los que protestan son delincuentes y alborotadores. Los inmigrantes que no puedan pagar médico, pues ya saben dónde está la frontera. Y da igual si es entre la vida y la muerte o la que te lleva al "duty free". Todo cada vez más normal. Tantas cosas de la democracia, la de verdad, se han arrojado al trastero, como trapos viejos junto a las viejas argumentaciones: Los republicanos antipatriotas y los federalistas antiespañoles. Es un ejemplo. Lo que sucede es que, a este paso, los muebles de la democracia, al completo, puede terminar en el trastero. Eso sí. Tendremos las instituciones de la democracia limpias y brillantes. A punto de revista de la Comisión Europea, el FMI o nuestro amigo americano, venga solo o acompañado. Serán como ese "salón-comedor" que existe en tantas casas, donde nadie come ni nada habita. Solamente las mejores fotos, los muebles más brillantes, el decoro más absoluto.

La campaña ya está aquí y si despierta en el ciudadano medio la misma nausea que me provoca a mí, volverán las golondrinas en el blanco sus votos a colgar. Al menos no irá en beneficio de los partidos de oportunidad, que se crecen aún más en las ausencias. Pero el desfile de candidatos de siempre, con los argumentos y las urgencias de siempre... la misma historia, mal contada y cada vez peor representada. Todo es tan extrañamente normal. Hay quien piensa que la normalidad es un punto de vista. Nada más lejos de la realidad. La normalidad es una actitud que se llama resignación.

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