Hay quien piensa que la
normalidad es un punto de vista. Nada más lejos de la realidad. La normalidad
es una actitud que se llama resignación. Y en esa estamos los europeos del Sur,
con una excelente actitud. La semana pasada, en el Congreso de la Asociación
Portuguesa de Sociología, se celebraban los cuarenta años del 25 de abril.
Reconozcamos que fue un momento Warhol el de usar los fusiles como floreros.
Como fueron por delante, y en eso de las revoluciones siempre vamos con
retardo, entre charla sobre deterioro social y alienación, pregunté qué sonaba
en el horizonte. ¿Volvería Grandola Vila Morena al Hit Parade o no se la
esperaba en el Top Ten? Por lo que me llegaron a contar, clavelitos está mejor
colocada y para floreros ya hay opciones. Lo mismito que en España, les
observe. Entre tunos y tunantes sonando, estamos de lo más normal.
Era algo que estaba en el guión,
pero en el siguiente capítulo. Reconozco que lo sabía pero no lo esperaba. No
lo pensamos. Martin Niemöller lo dijo a lo Brecht. La dualización, tan
mencionada, tan documentada, cada vez más evidente y real, escondía una verdad
terrible. El dejar caer, el justificar, el no importar. El tomar partido por la
supervivencia de clase. La normalidad que todo lo ocupa hasta desalojarte, como
en La Casa Tomada, de Julio Cortazar. Un rector amenaza a los estudiantes que
bloquearon los accesos en una huelga. Un día. No hubo contenedores quemados, ni
persecuciones, ni heridos, ni calles cortadas... Nada. Solamente protestar por
la subida de tasas, el recorte de las becas, el deterioro real y abrumador de
la educación pública, la expulsión social de tantos jóvenes sin futuro y ya sin
presente. Amenaza en la prensa con sanciones económicas por alterar la
normalidad académica e impedir que aquellos que querían estudiar no pudiesen
hacerlo. Ya avisan de cambios normativos para que los que protestan sepan a qué
atenerse... En una universidad, pública, maltratada y ninguneada por el poder
de derechas como pocas otras. La normalidad será, aunque sea para los últimos
que queden ensimismados.
Exactamente el mismo reflejo en
el espejo oscuro de la política sancionadora de la derecha más claustrofóbica.
En ese momento, ya lo vi venir todo por la calle del futuro: los desahuciados
se endeudaron ellos solitos, los estudiantes malos, con malas calificaciones,
no deben estar en la universidad. Seguro que son vagos y mala gente, de los que
miran mal y visten peor. Los salarios basura es lo que hay. Los que protestan
son delincuentes y alborotadores. Los inmigrantes que no puedan pagar médico,
pues ya saben dónde está la frontera. Y da igual si es entre la vida y la
muerte o la que te lleva al "duty free". Todo cada vez más normal.
Tantas cosas de la democracia, la de verdad, se han arrojado al trastero, como
trapos viejos junto a las viejas argumentaciones: Los republicanos antipatriotas
y los federalistas antiespañoles. Es un ejemplo. Lo que sucede es que, a este
paso, los muebles de la democracia, al completo, puede terminar en el trastero.
Eso sí. Tendremos las instituciones de la democracia limpias y brillantes. A
punto de revista de la Comisión Europea, el FMI o nuestro amigo americano,
venga solo o acompañado. Serán como ese "salón-comedor" que existe en
tantas casas, donde nadie come ni nada habita. Solamente las mejores fotos, los
muebles más brillantes, el decoro más absoluto.
La campaña ya está aquí y si
despierta en el ciudadano medio la misma nausea que me provoca a mí, volverán
las golondrinas en el blanco sus votos a colgar. Al menos no irá en beneficio
de los partidos de oportunidad, que se crecen aún más en las ausencias. Pero el
desfile de candidatos de siempre, con los argumentos y las urgencias de
siempre... la misma historia, mal contada y cada vez peor representada. Todo es
tan extrañamente normal. Hay quien piensa que la normalidad es un punto de
vista. Nada más lejos de la realidad. La normalidad es una actitud que se llama
resignación.
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