Existe
una distinción fundamental entre lo que es verosímil y lo que es realmente
posible. Lo verosímil es una construcción ideológica que pone límites a la
capacidad de pensar futuros diferentes, elecciones distintas. Es una
construcción dirigida desde el poder. Los asesores economistas que hablan a los
oídos de los gobiernos les obligan a ver el mundo de una forma concreta. Un
economista podría decir "El sistema financiero hay que financiarlo desde
abajo, ayudando al consumidor y a los pequeños y medianos empresarios. La
liquidez desde abajo sanea todo el sistema y ofrece un mejor futuro de
competitividad". También pueden decir "Es imprescindible sanear y
fortalecer el sistema financiero y se debe inyectar liquidez al coste que sea.
Hay que hacer sacrificios y la sociedad debe pagar sus excesos". De los
dos consejos, el primero lo definen como inverosímil y el segundo como el
posible. Incluso el único posible. A tanto se atreven.
Ese
recortar lo posible y perfilarlo en beneficio de unos pocos es continuo. Entre
el "que disparate, eso no se puede hacer" y el "es lo único que
podemos hacer" solamente media una ideología y los intereses particulares
de algunos. Por eso las palabras mágicas "Sí se puede" son todo un
manifiesto de intenciones: recuperar la definición de la realidad y sus
futuros, recuperándola del secuestro de unos llamados especialistas bien
pagados.
La lucha contra una ley hipotecaria injusta y
unos desahucios aberrantes son el detonante. El mismo día que se admitía a
tramite la iniciativa legislativa popular que contempla la dación en pago,
junto a la de los toros como cultura, se gritaba en el Congreso: sí se puede. Al
menos, suprimir la esclavitud post hipotecaria. La pena es que se gritara
solamente entre los que asistían como invitados y rápidamente fueron
desalojados. Eso es el pueblo en el congreso: unos invitados molestos y
ruidosos.
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